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Biblioteca Integración, entre banalidades y esperanza

Integración, entre banalidades y esperanza

Integración, entre banalidades y esperanza

Resource information

Date of publication
Janeiro 2012
Resource Language
ISBN / Resource ID
IPDRS-Diálogos-72
Pages
4
License of the resource

 * Oscar Bazoberry Chali
Desde el Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS) venimos insistiendo en que la integración regional sudamericana o la de Centroamérica y el Caribe constituyen el mejor escenario para construir una alternativa de desarrollo de base campesina indígena. Esto significa una crítica al estado de situación actual de la integración y al modelo de desarrollo agropecuario y rural que se implementa en los países de la región. Por esta razón saludamos los procesos de integración, y les hacemos especial y atento seguimiento, hasta entusiasta, debe decirse. No somos ingenuos, no creemos que todo pase por nuestros presidentes y sus cumbres, aunque, sin duda, ellas muestran de manera nítida el nivel en el que nos encontramos, en este camino de andar y desandar lo avanzado entre nuestros pueblos y sus gobiernos.
 
El proceso de integración sudamericana es parte de un camino azaroso. Entre las banalidades  cabe resaltar aquellas que se escucharon en la cumbre iberoamericana, como "vuelva pronto señor presidente", aludiendo al hecho de que en la siguiente cumbre no estaría el ahora ex presidente español Rodriguez Zapatero. Sin desmerecer el trabajo de ninguna de las gestiones presidenciales, esta despedida particular indica que, por una parte, muchos de los presidentes y presidentas mantienen la  ¿ilusión o fantasía? de quedarse en el cargo por largos periodos y que los retornos y, ese cargo en particular, constituyen una especie de privilegio para unos cuantos escogidos. Burdo y feo.
Sin embargo, hay esperanzas. Prácticamente todos los países de la región pasan por un período excepcionalmente propicio en la economía, la democracia es el común denominador en sus sistemas políticos, hay afinidad en las políticas de desarrollo social más allá de los discursos, y existe preocupación creciente sobre la sostenibilidad de los recursos naturales en contraposición al modelo extractivista.
Aunque en el presente artículo no nos concentraremos solamente en los eventos sudamericanos, mostraremos cómo distintos factores y ejemplos permiten invitar a la reflexión sobre el proceso de integración sudamericana, e insistir en el propósito de la integración como el mejor escenario para el desarrollo rural sostenible de base campesina indígena.   
 ¿Por qué Sudamérica?
Sudamérica o Centro América y el Caribe o Norte América. Ponemos especial énfasis en el criterio territorial de la integración porque, más allá de las voluntades políticas, nos interesa que la integración responda a aspectos objetivos. En el caso del desarrollo rural, las interrelaciones biogeográficas, ecológicas y territoriales tienen mayor predominio que el aspecto idiomático o nuestras particulares herencias coloniales. Por eso, insistimos en Sudamérica como un espacio optimo para la integración, de cara al desarrollo sostenible de la región, desde la perspectiva de sus recursos naturales.
En el componente político, la perspectiva campesina e indígena es incluso más amplia, puede decirse que mundial, sin embargo, las características que puede adoptar, así como las demandas de los pueblos indígenas, adquieren connotaciones particulares, dependiendo de las condiciones de cada una de las subregiones, especialmente en lo referido a la extensión del territorio y los recursos que en él se encuentran. Desde esta perspectiva, en Sudamérica respecto a Centro América y el Caribe, es posible diferenciar las condiciones de la población campesina e indígena,  sus reivindicaciones e, incluso, sus posibilidades.
No es un dato menor que distintos informes, especialmente de organismos internacionales e incluso de corporaciones transnacionales, se hayan fijado en Sudamérica como la región que presenta mejores condiciones para ampliar la producción agropecuaria y la explotación de sus recursos naturales.
Finalmente,  es también un problema de tamaño. La cantidad de tierra, agua y bosque es excepcional, no solamente para producir más desde un modelo agroindustrial, sino especialmente para generar las condiciones de espacios rurales con población y vida digna para cada uno de ellos. Renunciar a esta posibilidad y entregar las tierras y los recursos a las grandes corporaciones no significa otra cosa, que declinar el patrimonio sudamericano en favor del interés del capitalismo mundial.
Un buen momento
Desde hace algunos años, los países de la región están teniendo un crecimiento económico de alrededor del 5%, como ocurrió en el pasado 2011; sus gobiernos han podido jactarse de buenas reservas financieras y de administrar la economía de sus países proactivamente, pese a la  desaceleración y crisis que están ocurriendo en el resto del mundo. Por otro lado, la mayoría de los gobiernos, independientemente de sus tendencias ideológicas,  estableció políticas sociales con mejoras significativas en las áreas de educación, salud e ingresos de los más pobres a través de transferencias directas.
Las mismas condiciones del crecimiento, demanda externa de materias primas, mayor exportación, mejores precios, inversión extranjera, remesas y turismo, podrían acarrear también un deterioro de la economía regional. Sin embargo, todo parece indicar que existen áreas, como la de la producción agropecuaria, que crecerán de manera sostenida por la producción de alimentos, y, lamentablemente, también por la de agro combustibles.
En Sudamérica hay aún una población campesina e indígena importante, con un porcentaje general de alrededor del 30%, siendo Uruguay el país que tiene un menor porcentaje y Bolivia el mayor. En directa relación, la producción campesina sigue siendo significativa, aún en comparación con la agroindustria. Hay organizaciones y movilizaciones campesinas e indígenas cada día más fortalecidas. La descentralización y la apertura de espacios de poder en los niveles sub nacionales e incluso nacionales ayuda a la formación de nuevos liderazgo de hombres y mujeres de identidades indígenas y rurales con mayor acceso y capacidad de representación.
Una agenda
En el marco de las anteriores consideraciones, proponemos que la integración vista desde la perspectiva del desarrollo rural y el enfoque campesino indígena, pequeños y medianos productores, tendría que hacerse cargo de temas como los siguientes:

Sistema sudamericano de información sobre producción y comercialización de productos agropecuarios, forestales y, en general, los relacionados con la biodiversidad.
Establecer de manera progresiva estándares para la producción y comercialización de alimentos, incluyendo transgénicos.
Control de la inversión especulativa en la producción y comercialización de alimentos.
Información agregada sobre las inversiones transnacionales.
Incrementar progresivamente el control sobre la propiedad de la tierra y el uso y protección de los recursos naturales.
Sistema integrado de dotación y protección de tierras y territorios indígenas.
Política común para trabajadores agrícolas, que incluya normativa para regular y facilitar la migración, regular el salario, el derechos a la salud y un sistema integrado de aportes a la jubilación, la atención a las diferencias de sexo y la familia.
Apertura de mercados para productos alimenticios de base campesina indígena.
Sistema común de zonas de protección ecológica.
Establecer un sistema de gobierno que articule las políticas sobre lo que cada uno de los países define como prioridad, con apoyo de las capacidades técnicas de los organismos multilaterales.
Sistema de dirección, seguimiento y valoración de los organismos regionales que tienen directa relación con el desarrollo rural. Incluyendo al Fondo de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Instituto Interamericano de Capacitación Agrícola  (IICA) y otros de menor cobertura.
Normativa común sobre insumos y prácticas aceptadas en políticas de sanidad animal y vegetal.
Sistema integrado para la atención de emergencias, especialmente crisis alimentarias producto de desastres naturales, conflictos sociales y políticos y deterioro económico.

Como puede verse, es posible superar el carácter coyuntural y declarativo de los organismos multilaterales y de los organismos de integración, para avanzar en acciones que permitan establecer pesos y contrapesos en la región, observando de manera transparente las orientaciones políticas de los diversos gobiernos, enriqueciendo, al mismo tiempo, los criterios comunes en favor del desarrollo rural sostenible en la región.
En definitiva, se trata de superar la dictadura del capital y los intereses del capitalismo mundial, que se aprovecha de la división entre países para mover sus intereses a los países que coyunturalmente se muestran más débiles, generando una competencia desmedida que tiende a la disminución de costos, lo que significa menos política social y menos protección del medio ambiente y los recursos naturales.
La XXI Cumbre Iberoamericana, realizada en Asunción del Paraguay, 28 y 29 de octubre del año 2011, gran parte de los presidentes de Sudamérica y Centro América hicieron gala de sus políticas sociales y los avances logrados en cada uno de los países. Sin embargo, también algunos advirtieron que, de seguir la inestabilidad y el incremento de precios en los productos alimenticios, se incrementaría el costo de las políticas sociales, volviéndolas ineficientes o, simplemente, imposible  costearlas. Como en otras oportunidades, las declaraciones respecto a la agricultura, el desarrollo rural y los sujetos del campo, quedaron en palabras, y la advertencia no entró en la declaración principal, aunque alguna cosa salió en las declaraciones anexas.
UNASUR no es el único camino, pero es el más propicio
En un breve recuento de los principales organismos de integración que involucran a los países de Sudamérica debemos mencionar a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), la Comunidad Andina de Naciones (CAN) el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad Iberoamericana y, la novedad del año pasado, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
En prácticamente todas las Cumbres (reuniones de Jefes de Estado y de Gobierno) de estos organismos se trataron aspectos relativos a la producción de alimentos y el cambio climático. Marginalmente se abordaron los modelos de desarrollo y, en menos proporción aún, se trataron temas como la tensión en los países por la propiedad de tierra, el comercio internacional y la producción de base campesina. El enfoque de desarrollo rural estuvo ausente.
Podría pensarse que la afirmación precedente es una exageración, ya que en el ALBA se trató el tema de la creación de la empresa Grannacional de Alimentos, en el MERCOSUR la agricultura familiar, en la Cumbre Iberoamericana el precio de los alimentos y la titulación de las tierras y en la CAN el cambio climático, sobre el que también se realizó un evento con la participación de organizaciones sociales de los cuatro países, con participación de delegados campesinos. Pero, más allá de una que otra declaración marginal, no se ven avances para abordar, de manera coordinada, aspectos de desarrollo rural, aunque se reconozca su importancia y la urgencia de abordarlo.
El camino del MERCOSUR, la asociación con mayor vocación económica,  es positivo, pero también tedioso, lento y conflictivo. Basta observar las disputas internas del bloque para mantener abiertas las fronteras y la libre circulación de mercancías, entre ellas los productos alimenticios. Queda esperar una ampliación lenta de MERCOSUR, que podría alcanzar una perspectiva sudamericana o avanzar, de manera paralela, desde UNASUR, para sentar las bases de una complementariedad y articulación regional en un menor plazo.
Los obstáculos y el nacionalismo
No hay un camino llano para la integración, peor aún si ésta consiste en afectar intereses que los grupos políticos de los gobiernos y una buena parte de la población consideran que puede afectarse a la soberanía nacional si se tocan aspectos como la regulación de la propiedad de la tierra, la protección del medio ambiente y los recursos naturales.
En los eventos que realiza el IPDRS queda claro que el desarrollo rural no ha sido motivo de agenda en los procesos de integración regional, por lo tanto, la diplomacia no tiene experiencia sobre estos temas, motivo por el que se deja a los organismos multilaterales la iniciativa y el protagonismo en el área.
Al mismo tiempo, la producción, disponibilidad y acceso de la población a los alimentos se han convertido en una de las preocupaciones centrales de los gobiernos y motivo de sus principales políticas sociales. Sin embargo, contrariamente a fomentar una política de integración regional, este aspecto ha despertado el interés de los inversores, buscando mejores mercados y priorizando los mercados transoceánicos en detrimento de los de los países vecinos. El proceso genera una competencia innecesaria entre los países, que pone en riesgo la diversificación de la producción, la provisión sostenible de agua dulce y la sobrevivencia de los sectores campesinos e indígenas.
El exceso de nacionalismo respecto al aprovechamiento de los recursos naturales y la tierra no ha demostrado ser el camino más eficiente para la conservación, la sostenibilidad y la reducción de pobreza con equidad social. Los ciudadanos esperamos y nos merecemos una diplomacia de integración con resultados observables para la población de Sudamérica, menos onerosa y más eficiente. 

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