El 2020 ha sido un año convulso. La pandemia de la COVID-19 nos ha afectado a todos y cada uno de nosotros y se ha sumado a los demás desafíos que afronta la población rural de todo el mundo. Las perturbaciones climáticas y ambientales continúan poniendo en peligro los suministros de alimentos y los medios de subsistencia. En África, las langostas siguen devastando los cultivos. Se prevé que el número de personas que viven en extrema pobreza aumente este año por primera vez en dos decenios. Todo ello hace que la recuperación tras la pandemia resulte todavía más precaria.
Mientras reflexionamos sobre este año, analicemos cómo el FIDA y las comunidades rurales respondieron a la crisis de la COVID-19 y qué hemos aprendido para el próximo año.
Una mayor resiliencia local gracias a los conocimientos tradicionales
En el contexto de los agricultores en pequeña escala, la resiliencia es la capacidad de lidiar con acontecimientos que provocan una reducción considerable de la producción. Para aumentar la resiliencia, los agricultores necesitan vínculos eficaces y rentables con los mercados, una mayor capacidad para tomar decisiones mejores y más fundamentadas y un liderazgo sólido en sus cooperativas u organizaciones. Con ese marco, los productores pueden emplear sus propios recursos y bienes para lograr una mayor productividad, generar más ganancias y crear prosperidad.
Los efectos de la COVID-19 nos han enseñado que, en momentos de crisis, la resiliencia a nivel local es esencial para la supervivencia. Cuando las cadenas de suministro se fragmentan o rompen, la capacidad de disponer de los recursos naturales locales para obtener alimentos, agua y energía es indispensable. Cada vez es más evidente que las soluciones de desarrollo rural en el período posterior a la COVID-19 deben respetar el medio ambiente.
Para recibir orientaciones sobre la manera de aumentar la resiliencia local, podemos recurrir a los pueblos indígenas. Las comunidades indígenas se han visto duramente golpeadas por la pandemia, pero también han mostrado su resiliencia adoptando medidas innovadoras y creativas basadas en sus conocimientos tradicionales locales y las prácticas ancestrales.
Estamos deseando celebrar la quinta reunión mundial del Foro de los Pueblos Indígenas en febrero, donde seguiremos aprendiendo de estas comunidades.
Innovaciones para fomentar los flujos de remesas
Los trabajadores migrantes se encuentran entre las personas que se han visto más directamente afectadas por las repercusiones económicas de la crisis de la COVID-19, puesto que tanto los niveles de empleo como los salarios de este segmento se han desplomado. En general, podrían haberse visto afectados hasta 200 millones de migrantes (la mitad de ellos mujeres) que envían dinero a sus hogares y 800 millones de familiares de países de ingreso bajo y mediano que reciben esas remesas.
Los flujos de remesas suelen ser resilientes a las perturbaciones externas, pero la COVID-19 ha generado una crisis particular que afecta simultáneamente tanto a los países de envío como a los de recepción. Se prevé que los flujos de remesas disminuyan un 14 % para 2021, en comparación con los niveles de 2019, anteriores a la pandemia. Esto supone una reducción de USD 110 000 millones en recursos disponibles para satisfacer las necesidades básicas de muchas familias de trabajadores migrantes, como la alimentación, la atención sanitaria, la vivienda y la educación.
A medida que nos acercamos a 2021, determinados mercados muestran cierta resiliencia, aunque se está registrando una disminución mundial general. Probablemente se deba a que algunos remitentes de remesas están acabando con sus ahorros y utilizan canales de envío formales, así como a la incorporación de trabajadores migrantes que comienzan a enviar dinero a sus hogares por primera vez. Esperamos que las innovaciones técnicas (especialmente las tecnologías móviles, la digitalización y las monedas basadas en cadenas de bloques), y un marco reglamentario más propicio, transformen fundamentalmente esos mercados.
Mejora de nuestros sistemas alimentarios
Uno de los aspectos que la pandemia ha sacado a la luz es que los sistemas alimentarios necesitan una transformación. Los actuales sistemas de producción, elaboración y distribución de alimentos son vulnerables, a la pandemia y a otras perturbaciones, en diferentes sentidos. Hemos descubierto, por ejemplo, que los agricultores no han podido acceder a semillas o fertilizantes para la temporada de siembra. Otros han visto sus cosechas amenazadas por la escasez de trabajadores. También los hay que no han podido vender los productos que han cultivado debido al cierre de los mercados.
Problemas como estos, incluso aunque se hayan producido en lugares concretos, pueden tener efectos devastadores generalizados. En la mayor parte de África, las personas tienen más posibilidades de morir por la inanición causada por las consecuencias económicas de la pandemia que por la propia COVID-19. Además, se estima que entre 88 millones y 115 millones de personas se verán sumidas en la pobreza extrema.
La transformación de nuestros sistemas alimentarios abarcaría cambios fundamentales y mejoras en las instituciones, la infraestructura, los reglamentos y los mercados que los conforman, así como en los recursos que se invierten en ellos, de manera que sean más equitativos y sostenibles.
La Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Sistemas Alimentarios se celebrará a finales de 2021 con el objetivo de “transformar la forma en que producimos y consumimos los alimentos”. El FIDA aprovechará este impulso para situar a los agricultores en pequeña escala y a la población rural en general en el centro de la transformación de los sistemas alimentarios y las iniciativas para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Inversiones en innovación y tecnología
Los avances tecnológicos contribuyen sobremanera al desarrollo del sector agropecuario en los países de ingreso bajo y medio. Por ejemplo, la tecnología ha sido fundamental para ayudar a los productores rurales en pequeña escala a llegar a nuevos mercados. En contextos como los de confinamientos y restricciones de movimiento, las tecnologías han sido todavía más cruciales.
La agricultura ya estaba avanzando de manera acelerada hacia la adopción de tecnologías digitales, pero la COVID-19 ha lanzado una llamada de atención para subsanar las deficiencias existentes y conseguir que la tecnología esté disponible y sea asequible en las zonas rurales.
Lamentablemente, la mayor parte de los fondos del sector privado siguen destinándose al desarrollo de tecnologías en los tramos finales de la cadena de valor (por ejemplo, a la venta en línea) y no llegan a la producción agrícola esencial, que es donde más se necesitan. Reconociendo ese hecho, el FIDA y sus asociados para el desarrollo han aumentado sus inversiones en soluciones innovadoras y digitales que responderán a las necesidades acuciantes de nuestros asociados locales sobre el terreno y los participantes en los proyectos.
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