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Desde sus orígenes, el desarrollo de la agricultura ha estado estrechamente ligado al trabajo de la mujer. Su contribución a la agricultura se remonta a más de 6 000 años, cuando se inició la domesticación de animales y plantas en los primeros asentamientos humanos. Con el paso del tiempo, con la división del trabajo y de responsabilidades tanto en el seno de la unidad familiar como en la comunidad, se asignaron a las mujeres las tareas y responsabilidades vinculadas a las actividades agrícolas y nutricionales. Aun hoy en día, en muchas sociedades, la seguridad alimentaria y la nutrición de la familia siguen siendo responsabilidad de la mujer. Las instituciones y las políticas que regulan la agricultura, no obstante, tienden a no priorizar las metas de reproducción humana y social que originalmente definían la actividad agrícola, sino que por el contrario se orientan cada vez más en función de intereses financieros y lucrativos.