Por Jesica Bustos
La localidad bonaerense de General Rodríguez reunió a asambleístas, productores de la agricultura familiar, trabajadores de la economía social, agrónomos, docentes, investigadores, vecinos y vecinas para trascender la lucha contra los agrotóxicos y proponer acciones concretas que modifiquen el modelo de producción, el acceso a los alimentos y el cuidado del ambiente.
"Encuentro Pluricultural de Pueblos Fumigados y Agroecología Hacia el Buen Vivir", es el nombre de las jornadas realizadas en la ciudad bonaerense de General Rodríguez, donde llegaron más de 50 organizaciones, un centenar de vecinas y vecinos autoconvocados, docentes, científicos y activistas, que debatieron en dos jornadas intensas sobre el presente y futuro de las luchas socioambientales.
El fin de semana del 17 y 18 de septiembre fue la cita. Y la catarsis colectiva arrancó temprano, cerca de las 10 de la mañana de un sábado de sol que invitaba a ingresar a la escuela N°1, rodeados de árboles y esculturas decoradas con pequeños mosaicos coloridos. Un escritorio que salió de un aula para hacer de recepción y direccionaba la atención hacia la galería. Las primeras protagonistas de la escena eran las gigantografías de Fabián Tomasi y Ana Zabaloy, faros fundamentales de la lucha contra las fumigaciones con agrotóxicos.
“Googleá extractivismo”, agitaba el último de los carteles de la puerta de ingreso al enorme gimnasio que funcionó de escenario para la obra “Campo Santo”, de Fernando Crespi, basada en la historia real de una vecina que se le animó al agronegocio en Pergamino. Ese partido bonaerense, donde el 70 por ciento de la superficie del pueblo está tomada por la soja, donde se hacen maratones para recaudar dinero para la lucha contra el cáncer y donde el agua que toman contiene 19 sustancias agrotóxicas, de las cuales el 46 por ciento son cancerígenas.
Te lo digo, te lo canto, fuera Monsanto
A Juan Peretti, vecino del partido de Rojas —donde Bayer-Monsanto amplió en 2018 una planta procesadora de semillas de maíz—, se lo escuchaba con la voz algo quebrada, conmovido al término de la obra de teatro. Pidió permiso y levantó la voz para contar que son 20.000 habitantes en el pueblo, pero “Monsanto duplica el consumo de energía eléctrica de todos juntos”. Por eso, contó que para quienes se oponen al modelo del agronegocio que representa la multinacional: “Rojas queda en Monsanto”.
Es que Rojas la empresa logró lo que no pudo en Malvinas Argentinas, Córdoba, construir la planta procesadora de semillas más grande del mundo. Entre broncas y tristezas, Peretti comentó la última adquisición de Bayer-Monsanto: “Banca al cuartel de bomberos que tienen coches bombas y aparatología para cubrir los incendios de semejante planta”. Y no duda en afirmar que “hay complicidad estatal” y que “es pan para hoy y hambre para mañana”.
Como si fuera una carta de presentación del horror, Peretti alerta que Rojas es un pueblo fumigado y que todos y todas tienen amigos o familiares enfermos o fallecidos por “la contaminación con esos venenos”.
Pasar a la acción directa: no hay agroecología sin acceso a la tierra
El Encuentro de Pueblos Fumigados, en su versión número doce, se organizó en comisiones o “caminos”, que guiaron el temario a trabajar por los y las participantes. Ordenaron las discusiones de temas en profundidad, delimitaron los parámetros de la acción concreta y dieron lugar a la elaboración de propuestas para el plenario general del último día de encuentro. Una de las constantes, durante todo el fin de semana, fue la discusión por el acceso a la tierra.
Convencidos y convencidas de que con pedir agroecología no alcanza, las y los participantes consensuaron la necesidad de acompañar el reclamo por una acceso a la tierra, que permita el desarrollo de otro tipo de modelo de producción, que le de margen de acción a los pequeños y medianos productores que actualmente se ven sofocados por los alquileres.
Nadia Guerra es militante de la Federación de Organizaciones de Base (FOB) e integrante de la Mesa Ambiental de Rodríguez. Vive y trabaja en el barrio popular Pico Rojo, unas 89 manzanas colindantes a la localidad vecina de Francisco Alvarez. Relató que en la mesa ambiental se habla “sobre políticas acerca del tratamiento de residuos, por ejemplo, porque hay muchos basurales”, pero poco se nombra a los agrotóxicos que se usan en las explotaciones agrícolas en el partido.
“General Rodriguez tiene el 70 por ciento de su superficie cultivable, acá se cultivan frutillas y se utilizan muchos agrotóxicos para que salgan ‘lindas’”, advirtió enojada y explicó que esa contaminación “cuando hay viento, se siente”. A pesar de no vivir cerca de esos campos, “se siente muy fuerte el olor, pican los ojos, nos da alergia, se nos tapa la nariz”.
El trabajo en el barrio le brinda una perspectiva amplia, una lectura de la realidad compleja y más completa que la que puede tener cualquier político con el que se junta a trabajar en la mesa ambiental. “Desde la organización partimos de la soberanía alimentaria y el acceso a la tierra y al agua. En muchas localidades no hay agua o el agua es salada. Tienen la tierra lista, pero si no llueve no pueden trabajar”, desarrolló Guerra y alertó que la escasez de agua se debe “a las empresas que estuvieron allí trabajando, que socavaron las napas y dejaron sin agua a las comunidades”.
María Sol Giardino es ingeniera agrónoma, docente, investigadora e integrante de la Cátedra Libre de Agricultura Familiar y Soberanía Alimentaria (Clafysa) de la Universidad de Lomas de Zamora. Considera fundamental el intercambio de saberes entre familias productoras y la academia: “Toda la información científica que se genera en forma de papers y presentaciones a congresos debe ser de libre acceso, no solo para la comunidad científica sino para la comunidad toda, por eso es necesario adaptar el lenguaje para que todes podamos entenderlo”. La Cátedra Libre está formada por un equipo de profesionales interdisciplinarios, justamente para poder nutrir desde diferentes frentes ese espacio de conocimiento y que se transformen en herramienta fundamental para las luchas socioambientales.
Según explica, la cátedra sale al territorio porque “es allí donde se necesita estar”, acompaña a familias productoras del periurbano que están en transición a la agroecología, hacen acompañamiento técnico a las huertas comunitarias como la del Frente Popular Darío Santillán y articulan con cooperativas de cartoneros nucleados en la UTEP. También organizan una Feria Soberana en Guernica, que sirve para fomentar canales cortos de comercialización y que las y los vecinos “estén en contacto con quienes producen los alimentos”.
Ciencia digna de la mano de los saberes ancestrales
María Rosa Vega integra la asociación frutihortícola de General Rodríguez como pequeña productora de la agricultura familiar, comprometida con grupos de intercambios de plantines, semillas y saberes ancestrales de sus raíces originarias. Toma el micrófono para contar cuáles fueron las propuestas que surgieron del camino en el que participó. “Usando los saberes ancestrales podemos producir mejores alimentos a bajo costo, por eso el acceso a la tierra facilitaría este sistema de producción”, sintetiza Vega y sube la apuesta al ser consultada por los alcances reales de producir sin venenos: “Se puede hacer agroecología a gran escala, está comprobado, es cuestión de animarse”.
En ese sentido, Ines Maraggi, doctoranda en geografía por la Universidad Nacional de La Plata y becaria en el Laboratorio de Investigaciones del Territorio y el Ambiente (Linta – CIC) cree que se está construyendo un conocimiento científico “que acompaña ese cambio social” y explica que muchos equipos de investigación proponen un “pensamiento crítico, trabajan temas que dan cuenta del cambio social y político y participan en varias luchas”.
Y existen casos testigos como el de las fumigaciones, en donde los estudios que comprueban la contaminación del agua o la presencia de glifosato en sangre “respaldan las denuncias de las comunidades y han sido importantes tanto en la aprobación de ordenanzas municipales como en la sanción de medidas cautelares”.
Una de las propuestas del encuentro retoma la idea del “Buen Vivir” de los pueblos originarios. Un equilibrio entre la naturaleza, las comunidades y la espiritualidad que permita la supervivencia de las especies, incluida la de los humanos. “El rol de la ciencia ahora está en reconocer la importancia y el valor de los saberes de los pueblos y su relación con la naturaleza, creando espacios de diálogo y articulación”, asegura Maraggi.
La agroecología en la agenda de los barrios populares
En el Encuentro de Pueblos Fumigados circuló la palabra, los mates y los yuyos. En una mesa se expusieron las bondades de la separación en origen, la importancia de reciclar haciéndose cargo de lo que consumimos. Más allá, bajo la sombra de uno de los frondosos árboles que nutrían de frescura al patio escolar, unos cajones con plantines, otros con miel libre de químicos y algunas bolsas con tierra rica en nutrientes, asomaban como puesto improvisado de feria y concentraban la atención de los participantes.
En ese diálogo directo entre productor y consumidor, entre productor y huertero, hay una semilla que se multiplica. Contagia las buenas prácticas, esas que invitan a meter las manos en la tierra, preparar y convidar esquejes, volver a circular la riqueza natural, construyendo comunidad.
Carlos González es integrante de la Asamblea de Vecinxs Envenenadxs por Glifosato de La Matanza. Cuenta que es la primera vez que participan del encuentro provincial y que la Asamblea matancera es reciente. La armaron para acompañar a una familia de Virrey del Pino que vive frente a un campo de soja, entre los barrios Oro Verde y Nicol, envenenados con glifosato.
Una de las características que destaca de la Asamblea es que plantea la problemática de las fumigaciones con agrotóxicos en zona urbana, a solo 35 kilómetros del Congreso Nacional. “Es una zona densamente poblada, de asentamientos rodeados por los fondos de la Ceamse”, donde uno puede ver montañas en zona de llanura, “montañas de basura”; escoltados también por el arroyo Morales, que pertenece a la cuenca Matanza Riachuelo y está contaminado.
Muy a pesar del diagnóstico, González aseguró que es un barrio con mucha organización, que combina “la lucha contra las fumigaciones, contra el extractivismo urbano y a favor de la tenencia de la tierra”. Si bien explicó que es más complejo juntar todas las problemáticas, indicó que “se logra un salto muy positivo en cuanto a la lucha conjunta con los movimientos sociales y de vecinos de la zona”.
La necesidad de la lucha unificada entre distintos actores de la sociedad se expresó a principios de este año cuando lograron redactar un proyecto de ordenanza para el desarrollo de la agroecología y el financiamiento de la misma mediante “multas a los que fumigan con agrotóxicos” bajo control popular.
Aunque el Concejo Deliberante “sigue cajoneándola”, están convencidos de que la organización en comunidad, con mercados populares de alimentos sanos y a precios justos tracciona para seguir sosteniendo a la agroecología en la agenda de los barrios.
El cáñamo y la recuperación de los suelos frente al cambio climático
Una de las discusiones más resonantes del Encuentro de Pueblos Fumigados fue la del uso del cannabis, no sólo con fines medicinales sino también industriales. Sucede que la planta podría jugar un papel importante en la lucha contra el cambio climático y un rol fundamental en la restauración de los suelos explotados por el agronegocio. “El cáñamo cumple con todos los casilleros: no precisa agrotóxicos para crecer, consume menos agua que otros cultivos y es bueno para regenerar los suelos”, aseguró Mike Bifari, investigador y asesor sobre producción de cáñamo.
El investigador consideró que es tanta la estigmatización alrededor de esta planta que se creó “todo un negocio en base a eso”, en referencia al narcotráfico, pero que existen experiencias interesantes en Estados Unidos, Hawai y hasta en Chernobyl, que brindan pruebas fehacientes del llamado “fitoremedy” o fito remedio, que “levanta los metales pesados del suelo y lo regenera”.
Además de no tener efectos psicoactivos, el cáñamo, una variante de la planta cannabis, se presenta como opción para remediar el ambiente y generar puestos de trabajo para la vuelta al campo. “Hay que calcular 30 personas por hectáreas”, señaló Bifari. Y asegura que además del uso medicinal y textil, la planta puede satisfacer las demandas de las grandes empresas, ya que con ella se pueden construir hasta casas.
En este sentido, Ana Daneri, presidenta de la Federación Canábica de Buenos Aires, resaltó que en la lucha por la legalización del cáñamo no sólo demuestran las propiedades de la planta sino también “que hay otra manera de cultivar y en eso las luchas se cruzan”. Destacó que quienes cultivan entienden el cuidado de la tierra “con otra perspectiva, que es posible tener cultivos a gran escala sin la necesidad de hacer fumigaciones”.
Explicó que “la semilla tiene altas propiedades, se puede utilizar para hacer biodiesel, para reemplazar el plástico en muebles, para hacer ladrillos” y al ser un cultivo anual, se lo puede utilizar “en grandes escalas sin la necesidad de devastar nuestros bosques”.
Encuentro de Pueblos Fumigados, un lugar donde unir las luchas
Mariano Sánchez es miembro de la Campaña Plurinacional en Defensa del Agua y vuelve sobre el tema que cruzó todos los caminos del encuentro: “Hay que generar acceso a la tierra. Si no, los y las productoras no pueden trabajar libremente ni decidir qué sembrar. Si alquilan, deben producir de cualquier forma para poder cumplir con el pago, y eso promueve el uso de agrotóxicos”.
Sánchez confió en que “la salida al modelo neoliberal y extractivista feroz es el salto de conciencia de los pueblos”, por ello considera que hay un destino común que hermana todas las luchas, camino en el que “han aprendido de leyes y de técnicas”. “La lucha por la defensa del territorio junta lo fragmentado y rompe con las grietas o debería hacerlo, porque existe un destino común con el territorio que habitamos”, celebró.
En ese mismo sentido, Sergio Val, de la organización Che Pibe, concluyó durante el plenario que los pueblos fumigados viven “tiempos de resistencia” y continuó entrelazando caminos: “Somos pueblos fumigados. Y la soberanía del Paraná parece que no nos toca, pero para poder sacar la mitad de las proteínas vegetales del mundo por nuestro río, nos tuvieron que desplazar de la tierra y fumigarla”.
“Los desocupados, los amontonados en las villas, los pueblos fumigados, estamos peleando contra el mismo enemigo y a todos nos dan un remedio distinto. Mi propuesta es que nos unamos. Acá decimos que tenemos las puertas abiertas, lo mismo dicen las centrales obreras. Hay que enhebrar las luchas”, convocó el referente barrial e integrante de la CTA Autónoma.
Cerca de la mitad de la segunda jornada, entre niñeces que juegan a la pelota, y participantes que siguen acomodándose en círculo, la música de voces se pausa para darle lugar a un silencio seguido de aplausos y muchachas que abren paso entre las sillas: llegó Norita.
Nora Cortiñas, madre de Plaza de Mayo-Línea Fundadora y madre de todas las luchas populares, fue recibida con sorpresa y emoción entre los presentes. Después de media hora de charla magistral, el encuentro consensuó nombrarla madrina de los encuentros de pueblos fumigados. Con sus 92 años de historia encima, agradeció despabilando con sus palabras: “Sabemos que estamos todos en el mismo drama, transitando una época de mucha lucha, ¿entonces? ¡A pelearla! No queda otra que seguir creando modos de lucha fuertes, no violentos. ¡Aún no lograron vencernos!”.
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