Mujeres agricultoras de diferentes puntos del país hablan de la importancia que tiene la sanción de una ley que permita el acceso a la tierra para producir. Precisan la persistencia de barreras para la igualdad de género, la necesidad de repartir las tareas con los varones y cómo, en diferentes geografías, van construyendo un “feminismo popular y campesino”.
Por Jésica Bustos y Carla Perelló
Mientras se reclama la sanción de la Ley de Acceso a la Tierra y políticas concretas para garantizar la vida de las familias campesinas que producen alimentos, voces de productoras de distintas regiones del país conforman una trama que visibiliza la necesidad de la perspectiva de género para pensar la ruralidad. Desde Salta, Santiago del Estero, Misiones y Chubut dan cuenta de las problemáticas específicas y de la necesidad de medidas estatales que contribuyan a generar condiciones dignas de trabajo y mejores alimentos para todas y todos.
Victoria Escobar, Nélida Almeida, Camila Ortellado y María del Carmen López relatan la historia y la lucha de sus territorios y cómo, colectivamente, crean el camino hacia la soberanía alimentaria.
Son esas realidades las que confluyeron en el Segundo Encuentro de Mujeres Trabajadoras de la Tierra, en La Plata.
Reforma agraria, urgente y necesaria
“Trabajar la tierra es libertad y, sobre todo, garantía de un futuro más digno y sano para todos”, dice Victoria Escobar, productora de 24 años. Ella cultiva alimentos en Santiago del Estero, donde la UTT se encuentra en siete departamentos desde hace cinco años. Según cuenta la joven a este medio, el problema que afecta a la zona no es tanto el acceso a la tierra, sino la permanencia y la titularidad, por la burocracia y lo que implica delimitar un terreno. “Delimitar es poner un límite a la cantidad de recursos que podemos acceder en el monte”, explicita. Por otro lado, el principal expulsor es la falta de agua: “No acceder al agua significa no poder seguir estando en nuestros territorios, no poder producir, no poder persistir en donde hemos nacido y nos vemos obligados a migrar”.
Debido a esta problemática que les atraviesa se han hecho fuertes en la cría de caprinos y en la apicultura. En la zona de Villa Atamisqui -localidad del centro sur santiagueño- se han dedicado a recuperar los saberes para tejer y teñir telas con tintes naturales. Además, todas las familias tienen huertas y animales para autoconsumo y una porción de producción a pequeña escala de entre una y cinco hectáreas para la producción de fruta y verdura de estación. En esta época, por ejemplo: hojas verdes, variedades de zapallo, melones y sandías en sus distintas variedades.
La joven santiagueña retrata, además, la situación de las mujeres en su provincia, donde tuvieron que hacer un trabajo para “desprivatizar el espacio doméstico” y dar cuenta de que las violencias -esas que se tapan y son muchas veces un secreto a voces- puedan hablarse en conjunto y abordarse de manera colectiva. Contar con espacios, redes y, sobre todo, la posibilidad de acceder a la tierra por ellas mismas es un recurso que aparece como fundamental para poder tener autonomía y desarrollo propio sin depender de otros.
Cuando a Victoria se le consulta si la ley de acceso a la tierra es un paso hacia una reforma agraria se ríe cómplice. “Está camuflada, porque la reforma agraria en Argentina es mala palabra”, dice. La ley propone créditos blandos para que familias pequeñas productoras campesinas e indígenas puedan pagarlos con una cuota fija y una tasa de interés no demasiado alta. Allí, además, se da prioridad a mujeres, mujeres con hijos e hijas y que sea un bien familiar, no se venda, para que pase de generación en generación. “Esto es considerar la tierra como un bien común y no como una mercancía que vamos a obtener para luego especular”, explica.
Agroecología o cómo hacer revolución en el campo y la ciudad
“Creemos que la agroecología tiene que ser un modelo alternativo de producción y una política de Estado para dejar de romantizar”, dice Nélida Almeida, de 26 años.
—¿Cómo se romantiza la producción agroecológica?
—Nunca se habla de fomentar esto realmente, de que haya emprendimientos productivos para las mujeres o políticas públicas reales. Lo que se destina al sector no va para las mujeres y para erradicar las violencias es importante que tengamos acceso a la tierra y poder decidir qué producir y cómo. Nosotras hace mucho tiempo, mi abuela, nuestras ancestras, vienen defendiendo los territorios y denunciando el modelo de producción del agronegocio. Recién ahora se empieza a hablar de agroecología, pero nosotras lo venimos haciendo y proponiendo hace mucho tiempo, sólo que fuimos invisibilizadas. Lo hacemos con amor y pensamos en un modelo que sea integral, que se pueda producir sin dañar la naturaleza. Para que eso suceda se nos tiene que tener en cuenta en las mesas de decisiones, para que podamos decir qué modelo de producción queremos y a cuál le decimos basta.
Neli, como la llaman sus compañeras, es de Piray, una comunidad que forma parte de Eldorado, ubicada a 200 kilómetros de Posadas, capital de Misiones. En su casa, con su familia, sus abuelas y junto a las ancestras de su comunidad aprendió a trabajar la tierra y a defenderla. Fueron las mujeres las que hace 20 años comenzaron a organizarse poco a poco para denunciar la instalación de la multinacional Arauco, de capitales chilenos, que comenzó y aún persiste en la plantación intensiva de pinos. Crearon Productoras y Productores Independientes de Piray (PIP) -de la que forman parte 70 de las 400 familias que viven en el lugar- y, más tarde, se sumaron a la UTT. El pino no es oriundo de la zona, se planta en monocultivo y se produce con el uso de agrotóxicos que contaminan y destruyen la tierra. “Y con nosotras hacen lo mismo, porque somos las mujeres las que nos quedamos en los territorios de cuidadoras, mientras los varones tuvieron que salir a buscar la changa en otros lados”, cuenta.
En la actualidad, comenzaron a tejer redes, a encontrarse y recuperar conocimientos de sus comunidades. Así, desde el área de Géneros, armaron un recetario de hierbas medicinales y producen pomadas, ungüentos y tinturas que comercializan; generaron un circuito que permite también recaudar para las compañeras que se encuentran en situación de violencia. En la cooperativa producen mandioca, zapallo de todo tipo, batata y hace dos años, se dedican a la producción hortícola. También hacen talleres junto con el Consultorio Técnico Popular donde forman técnicas y técnicos campesinos.
“Nadie nos vino a decir: ustedes son feministas”, dice, pese a todo el recorrido hecho como mujeres luchadoras y defensoras de la tierra. Y cuenta cómo fue el proceso de llevar a la mesa de delegados y delegadas esta problemática en la que resolvieron abordajes integrales y no punitivistas -de expulsión de los compañeros-, sino de trabajo y de reflexión conjunta para transformar las prácticas violentas en una tarea que implica llevar la perspectiva de género a toda la organización.
Contra toda forma de dominación, feminismo
Camila Ortellado es de Pehuajó, un pueblo acosado por los agrotóxicos en Buenos Aires. Hace un año se sumó a la Secretaría de Género de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) en la regional Patagonia. Chubut es hoy su base de tareas, redes y lazos entre mujeres productoras de la tierra. “No hay agroecología posible sin una perspectiva feminista”, define convencida y agrega que llegaron a esa conclusión después de mucho trabajo. Entre compañeras entendieron que existen distintas maneras de construir feminismo y, en particular en el territorio es posible “un feminismo popular y campesino”
Ortellado da cuenta del recorrido que emprendieron las compañeras en cuanto a disputa de poder real en los espacios de construcción colectiva y explica que “no sirve de nada que la mujer en su casa tenga una relación de igualdad con su compañero, pero que en una asamblea no le permitan hablar”. O, peor aún, que vayan a trabajar a las quintas de sol a sol pero no puedan decidir sobre cómo van a producir, por eso es que consideran que “el feminismo debe ser transversal”.
En todos los relatos aparece una constante: “Hay una tarea que nunca se divide, que es la tarea del cuidado. Y eso hace que las compañeras tengan su triple jornada de trabajo”. ¿Qué implica la feminización de las tareas de cuidado? Que las mujeres destinen tiempo a cuidar de sus familias y sus casas, quitándole horas a la participación en las asambleas o en la producción. Romper con lo que ellas llaman “el pacto entre machos” tiene que ver no sólo con disputar espacios de decisión en la chacra sino también hacia el interior de sus casas y sus familias. Muchas veces son las mujeres las que se endeudan para pagar el alquiler del campo, pero las condiciones las negocian sólo entre varones arrendador y arrendatario.
A la respuesta la dan con una consigna en forma de canción, que corean cuando se movilizan: “Feminismo libre antipatriarcal / de la tierra vamos a cosechar”.
“Ellos nos deben todo a nosotras”
María del Carmen López no duda. Con 47 años, afirma: “Ellos nos deben todo a nosotras” y señala que son “los hombres, el Estado, el gobierno y la sociedad” los que están en deuda con las mujeres. Desde General Güemes, Salta, explica que siempre se ha invisibilizado la figura femenina en el campo. “Vos decís campo y lo asocian al hombre, pero no es así, trabajamos a la par de ellos”, asegura.
Hace unos tres años, cuando su marido se quedó sin trabajo por cuestiones de salud su vida dio un giro a sus orígenes y juntos conectaron otra vez con la vida en el campo. Trabajar la tierra no era sólo una sugerencia de los médicos, era una necesidad para vivir dignamente. De pequeña se dedicó a la cría de animales, gallinas ponedoras, pollos, cerdos y conejos. Con el tiempo, sumó experiencia en huerta, probando con acelga, lechuga y remolacha; y los clásicos de la zona, cebolla, sandía, melón y maíz.
“Toda mi vida trabajé en el campo, pero siempre para alguien, nunca pensé en trabajar para mí”, admite López, hija de productores rurales, actualmente referenta de género provincial de la UTT. López y su familia trabajan en una extensión de 97 hectáreas rodeada por dos grandes productores con quienes se disputan el uso del agua. De la extensión de tierra con la que cuentan, 24 hectáreas fueron expropiadas por el municipio para hacer un basural. Las restantes, las quiere para sus compañeras y compañeros: “Hay 35 familias que están arrendando, quiero que esas tierras se repartan y puedan invertir esa plata para trabajar el campo, no para seguir alquilando”, comenta.
Para María, el acceso a la tierra es un punto de partida para pelear derechos. “Vas a comprar algo y está cotizado en dólares, pero lo vas a vender y te pagan en pesos”. Por eso pide que haya igualdad para todos en la comercialización, porque “los pequeños productores también tienen derecho a acceder a los mismos beneficios que los grandes”.
Su propio derrotero la llevó a convertirse en una compañera fundamental y fuente de consulta y apoyo para las mujeres, grandes y jóvenes, en su comunidad. Desde allí, apuesta a construir otras formas de vincularse entre varones y mujeres en el campo para que ellos “se sumen a aprender, a hablar, a jugar y no a pelear”. Lo hace, además, mano a mano con su marido que impulsa reuniones de varones. Cuando se le consulta qué piensa sobre esos que dicen que las mujeres “no pueden”, ella responde: “Mirá dónde estoy hoy. Todas podemos”.
Un diagnóstico para exigir políticas públicas
La falta de datos oficiales impide un análisis concreto de las problemáticas de las mujeres en el campo. Por ello, desde la Secretaría de Género de la UTT se impulsó una encuesta que se trabaja junto con Lucía Cavallero, socióloga e investigadora feminista; Verónica Gago, docente universitaria e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
La encuesta alcanza a más de mil trabajadoras rurales nucleadas en la UTT y tiene como objetivo recabar datos en función de cuatro ejes: conocer quiénes son los dueños de la tierra, cuánto dura la jornada laboral de una mujer campesina, cómo afecta el endeudamiento y quiénes toman las decisiones en la producción. Desde una perspectiva feminista esto permite “entender las relaciones de poder tanto en la producción como en la reproducción y fijar una agenda desde abajo, que impulse políticas públicas desde los feminismos”, explica Cavallero a Tierra Viva.
Encontrarse y seguir luchando
Durante el pasado fin de semana, esta trama de voces se reunió en la Sede Olmos – La Plata de UTT para compartir las realidades que emergen de cada territorio. Fue el Segundo Encuentro Nacional de las Mujeres Trabajadoras de la Tierra. El primero se había llevado a cabo en octubre de 2019, también en La Plata.
Durante dos días, unas 200 agricultoras compartieron debates, rituales, místicas, talleres e historias. Las conclusiones se sintetizaron en dos consignas que recorren el territorio de norte a sur y de este a oeste; son las demandas que traen las trabajadoras del campo que alimenta: “Ni una menos, ni una más sin acceso a la tierra” / “Feminismos y agroecología para cambiar el mundo”.
El Encuentro tuvo su cierre el lunes 25 de octubre por la mañana, con una acción frente a una de las plantas de la multinacional de agrotóxicos Bayer-Monsanto en Zárate. Fue la apertura a una semana de protesta con acampe frente al Congreso de la Nación para exigir la sanción del proyecto -presentado por tercera vez- de Ley de Acceso a la Tierra.
Hubo en el aire del Encuentro una suerte de “rol de conciencia de mujeres en la toma de decisiones”, concluyen las mujeres campesinas. Sus palabras tienen poder. Ellas se reconocen, se autoperciben como sujetas de derechos: lo hicieron notar en la exposición de las problemáticas con las que trabajan diariamente en sus campos y comunidades. Al finalizar el encuentro, el sol pega en los cuerpos que se amontonan para el cierre con mística. El telar de historias se despliega en un mismo grito que abraza el tiempo compartido: “Nosotras construimos caminos de libertad / nos levantamos entre todas / basta de violencia contra nosotras y contra la naturaleza”
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